Esperar, lo decían todos, hay que esperar porque nunca se sabe en casos
así, también el doctor Raimondi, hay que esperar, a veces se da una reacción y
más a la edad de Mecha, hay que esperar, señor Botto, sí doctor pero ya van dos
semanas y no se despierta, dos semanas que está como muerta, doctor, ya lo sé,
señora Luisa, es un estado de coma[1] clásico, no se puede hacer
más que esperar. Lauro también esperaba, cada vez que volvía de la facultad se
quedaba un momento en la calle antes de abrir la puerta, pensaba hoy sí, hoy la
voy a encontrar despierta, habrá abierto los ojos y le estará hablando a mamá,
no puede ser que dure tanto, no puede ser que se vaya a morir a los veinte
años, seguro que está sentada en la cama y hablando con mamá, pero había que
seguir esperando, siempre igual m'hijito, el doctor va a volver a la tarde,
todos dicen que no se puede hacer nada. Venga a comer algo, amigo, su madre se
va a quedar con Mecha, usted tiene que alimentarse, no se olvide de los exámenes,
de paso vemos el noticioso. Pero todo era de paso allí donde lo único que
duraba sin cambio, lo único exactamente igual día tras día era Mecha, el peso
del cuerpo de Mecha en esa cama, Mecha flaquita[2] y liviana, bailarina de
rock y tenista, ahí aplastada[3] y aplastando a todos desde
hacía semanas, un proceso viral complejo, estado comatoso, señor Botto, imposible
pronosticar, señora Luisa, nomás que sostenerla y darle todas las chances, a esa edad hay
tanta fuerza, tanto deseo de vivir. Pero es que ella no puede ayudar, doctor,
no comprende nada, está como, ah perdón Dios mío, ya ni sé lo que digo.
Lauro tampoco lo creía del todo, era como un chiste[4] de Mecha que siempre le
había hecho los peores chistes, vestida de fantasma en la escalera,
escondiéndole un plumero[5] en el fondo de la cama,
riéndose tanto los dos, inventándose trampas, jugando a seguir siendo chicos.
Proceso viral complejo, el brusco apagón[6] una tarde después de la
fiebre y los dolores, de golpe el silencio, la piel cenicienta[7], la respiración lejana y
tranquila. Única cosa tranquila allí donde médicos y aparatos y análisis y
consultas hasta que poco a poco la mala broma de Mecha había sido más fuerte,
dominándolos a todos de hora en hora, los gritos desesperados de doña Luisa
cediendo después a un llanto[8] casi escondido, a una
angustia de cocina y de cuarto de baño, las imprecaciones[9] paternas divididas por la
hora de los noticiosos y el vistazo al diario, la incrédula rabia de Lauro
interrumpida por los viajes a la facultad, las clases, las reuniones, esa
bocanada de esperanza cada vez que volvía del centro, me la vas a pagar, Mecha,
esas cosas no se hacen, desgraciada, te la voy a cobrar, vas a ver. La única
tranquila aparte de la enfermera tejiendo[10], al perro lo habían
mandado a casa de un tío, el doctor Raimondi ya no venía con los colegas,
pasaba al anochecer y casi no se quedaba, también él parecía sentir el peso del
cuerpo de Mecha que los aplastaba un poco más cada día, los acostumbraba a
esperar, a lo único que podía hacerse.
Lo de la pesadilla empezó la misma tarde en que doña Luisa no encontraba
el termómetro[11]
y la enfermera, sorprendida, se fue a buscar otro a la farmacia de la esquina.
Estaba hablando de eso porque un termómetro no se pierde así nomás cuando se
lo está utilizando tres veces al día, se acostumbraban a hablarse en voz alta
al lado de la cama de Mecha, los susurros del comienzo no tenían razón de ser
porque Mecha era incapaz de escuchar, el doctor Raimondi estaba seguro de que
el estado de coma la aislaba de toda sensibilidad, se podía decir cualquier
cosa sin que nada cambiara en la expresión indiferente de Mecha. Todavía hablaban
del termómetro cuando se oyeron los tiros[12] en la esquina, a lo mejor
más lejos, por el lado de Gaona. Se miraron, la enfermera se encogió de hombros[13] porque los tiros no eran
una novedad en el barrio ni en ninguna parte, y doña Luisa iba a decir algo más
sobre el termómetro cuando vieron pasar el temblor[14] por las manos de Mecha.
Duró un segundo pero las dos se dieron cuenta y doña Luisa gritó y la enfermera
le tapó la boca, el señor Botto vino de la sala y los tres vieron cómo el
temblor se repetía en todo el cuerpo de Mecha, una rápida serpiente corriendo
del cuello hasta los pies, un moverse de los ojos bajo los párpados, la leve
crispación[15]
que alteraba las facciones, como una voluntad de hablar, de quejarse, el pulso
más rápido, el lento regreso a la inmovilidad. Teléfono, Raimondi, en el fondo
nada nuevo, acaso un poco más de esperanza aunque Raimondi no quiso decido,
santa Virgen, que sea cierto, que se despierte mi hija, que se termine este
calvario, Dios mío. Pero no se terminaba, volvió a empezar una hora más tarde,
después más seguido, era como si Mecha estuviera soñando y que su sueño fuera
penoso y desesperante, la pesadilla volviendo y volviendo sin que pudiera
rechazada, estar a su lado y mirada y hablarlee sin que nada de lo de fuera le
llegara, invadida por esa otra cosa que de alguna manera continuaba la larga
pesadilla de todos ellos ahí sin comunicación posible, sálvala, Dios mío, no la
dejes así, y Lauro que volvía de una clase y se quedaba también al lado de la
cama, una mano en el hombro de su madre que rezaba[16].
Por la noche hubo otra consulta, trajeron un nuevo aparato con ventosas
y electrodos que se fijaban en la cabeza y las piernas, dos médicos amigos de
Raimondi discutieron largo en la sala, habrá que seguir esperando, señor Botto,
el cuadro no ha cambiado, sería imprudente pensar en un síntoma favorable.
Pero es que está soñando, doctor, tiene pesadillas, usted mismo la vio, va a
volver a empezar, ella siente algo y sufre tanto, doctor. Todo es vegetativo,
señora Luisa, no hay conciencia, le aseguro, hay que esperar y no impresionarse
por eso, su hija no sufre, ya sé que es penoso[17], va a ser mejor que la
deje sola con la enfermera hasta que haya una evolución, trate de descansar,
señora, tome las pastillas que le di.
Lauro veló junto a Mecha hasta medianoche, de a ratos leyendo apuntes
para los exámenes. Cuando se oyeron las sirenas pensó que hubiera tenido que
telefonear al número que le había dado Lucero, pero no debía hacerla desde la
casa y no era cuestión de salir a la calle justo después de las sirenas. Veía
moverse lentamente los dedos de la mano izquierda de Mecha, otra vez los ojos
parecían girar bajo los párpados. La enfermera le aconsejó que se fuera de la
pieza, no había nada que hacer, solamente esperar. «Pero es que está soñando»,
dijo Lauro, «está soñando otra vez, mírela». Duraba corno las sirenas ahí
afuera, las manos parecían buscar algo, los dedos tratando de encontrar un
asidero en la sábana. Ahora doña Luisa estaba ahí de nuevo, no podía dormir. ¿ Por
qué -la enfermera casi enojada- no había tornado las pastillas del doctor
Raimondi? «No las encuentro», dijo doña Luisa corno perdida, «estaban en la
mesa de luz pero no las encuentro». La enfermera fue a buscarlas, Lauro y su
madre se miraron, Mecha movía apenas los dedos y ellos sentían que la pesadilla
seguía ahí, que se prolongaba interminablemente como negándose a alcanzar ese
punto en que una especie de piedad, de lástima final la despertaría corno a
todos para rescatarla del espanto. Pero seguía soñando, de un momento a otro
los dedos empezarían a moverse otra vez. «No las veo por ninguna parte,
señora», dijo la enfermera. «Estamos todos tan perdidos, uno ya no sabe adónde
van a parar[18]
las cosas en esta casa».
Lauro volvió tarde la noche siguiente, y el señor Botto le hizo una
pregunta casi evasiva[19] sin dejar de mirar el
televisor, en pleno comentario de la Copa. «Una reunión con amigos», dijo Lauro
buscando con qué hacerse un sándwich. «Ese gol fue una belleza», dijo el señor
Botto, «menos mal que retransmiten el partido para ver mejor esas jugadas
campeonas». Lauro no parecía interesado en el gol, comía mirando al suelo. «Vos
sabrás lo que hacés, muchacho», dijo el señor Botto sin sacar los ojos de la
pelota, «pero andate con cuidado». Lauro alzó la vista y lo miró casi
sorprendido, primera vez que su padre se dejaba ir a un comentario tan
personal. «No se haga problema, viejo», le dijo levantándose para cortar todo
diálogo.
La enfermera había bajado la luz del velador[20] y apenas se veía a Mecha.
En el sofá, doña Luisa se quitó las manos de la cara y Lauro la besó en la
frente.
-Sigue lo mismo --dijo doña Luisa-. Sigue todo el tiempo así, hijo.
Fijate, fijate cómo le tiembla la boca, pobrecita, qué estará viendo, Dios
mío, cómo puede ser que esto dure y dure, que esto ...
-Mamá.
-Pero es que no puede ser, Lauro, nadie se da cuenta como yo, nadie
comprende que está todo el tiempo con una pesadilla y que no se despierta ...
-Yo lo sé, mamá, yo también me doy cuenta. Si se pudiera hacer algo, Raimondi
lo habría hecho. Vos no la podés ayudar quedándote aquí, tenés que irte a
dormir, tomar un calmante y dormir.
La ayudó a levantarse y la acompañó hasta la puerta. «¿Qué fue eso,
Lauro?», deteniéndose bruscamente. «Nada, mamá, unos tiros lejos, ya sabés».
Pero qué sabía en realidad doña Luisa, para qué hablar más. Ahora sí, ya era
tarde, después de dejada en su dormitorio tendría que bajar hasta el almacén[21] y desde ahí llamado a
Lucero.
No encontró la campera azul que le gustaba ponerse de noche, anduvo
mirando en los armarios del pasillo por si su madre la hubiera colgado ahí, al
final se puso un saco cualquiera porque hacía fresco. Antes de salir entró un
momento en la pieza[22] de Mecha, casi antes de
verla en la penumbra sintió la pesadilla, el temblor de las manos, la habitante
secreta resbalando bajo la piel. Las sirenas afuera otra vez, no debería salir
hasta más tarde, pero entonces el almacén estaría cerrado y no podría
telefonear. Bajo los párpados[23] los ojos de Mecha giraban
como si buscaran abrirse paso, mirado, volver de su lado. Le acarició la frente
con un dedo, tenía miedo de tocarla, de contribuir a la pesadilla con cualquier
estímulo de fuera. Los ojos seguían girando en las órbitas y Lauro se apartó,
no sabía por qué pero tenía cada vez más miedo, la idea de que Mecha pudiera
alzar los párpados y mirarlo lo hizo echarse atrás. Si su padre se había ido a
dormir podría telefonear desde la sala bajando la voz, pero el señor Botto
seguía escuchando los comentarios del partido. «Sí, de eso hablan mucho»,
pensó Lauro. Se levantaría temprano para telefonearle a Lucero antes de ir a la
facultad. De lejos vio a la enfermera que salía de su dormitorio llevando algo
que brillaba, una jeringa de inyecciones o una cuchara.
Hasta el tiempo se mezclaba o se perdía en ese esperar continuo, con
noches en vela o días de sueño para compensar, los parientes[24] o amigos que llegaban en
cualquier momento y se turnaban para distraer a doña Luisa o jugar al dominó
con el señor Botto, una enfermera suplente porque la otra había tenido que irse
por una semana de Buenos Aires, las tazas de café que nadie encontraba porque
andaban desparramadas en todas las piezas, Lauro dándose una vuelta cuando
podía y yéndose en cualquier momento, Raimondi que ya ni tocaba el timbre antes
de entrar para la rutina de siempre, no se nota ningún cambio negativo, señor
Botto, es un proceso en el que no se puede hacer más que sostenerla, le estoy
reforzando la alimentación por sonda[25], hay que esperar. Pero es
que sueña todo el tiempo, doctor, mírela, ya casi no descansa. No es eso,
señora Luisa, usted se imagina que está soñando pero son reacciones físicas, es
difícil explicarle porque en estos casos hay otros factores, en fin, no crea
que tiene conciencia de eso que parece un sueño, a lo mejor por ahí es buen
síntoma tanta vitalidad y esos reflejos, créame que la estoy siguiendo de
cerca, usted es la que tiene que descansar, señora Luisa, venga que le tome la
presión[26].
A Lauro se le hacía cada vez más difícil volver a su casa con el viaje
desde el centro y todo lo que pasaba en la facultad, pero más por su madre que
por Mecha se aparecía a cualquier hora y se quedaba un rato, se enteraba de lo
de siempre, charlaba con los viejos, les inventaba temas de conversación para
sacarlos un poco del agujero[27]. Cada vez que se acercaba
a la cama de Mecha era la misma sensación de contacto imposible, Mecha tan
cerca y como llamándolo, los vagos signos de los dedos y esa mirada desde
adentro, buscando salir, algo que seguía y seguía, un mensaje de prisionero a
través de paredes de piel, su llamada insoportablemente inútil. Por momentos lo
ganaba la histeria, la seguridad de que Mecha lo reconocía más que a su madre
o a la enfermera, que la pesadilla alcanzaba su peor instante cuando él estaba
ahí mirándola, que era mejor irse enseguida puesto que no podía hacer nada,
que hablarle era inútil, estúpida, querida, dejate de joder, querés, abrí de
una vez los ojos y acabala con ese chiste barato, Mecha idiota, hermanita,
hermanita, hasta cuándo nos vas a estar tomando el pelo[28], loca de mierda,
pajarraca, mandá esa comedia al diablo y vení que tengo tanto que contarte,
hermanita, no sabés nada de lo que pasa pero lo mismo te lo voy a contar,
Mecha, porque no entendés nada te lo voy a contar. Todo pensado como en ráfagas
de miedo, de querer aferrarse a Mecha, ni una palabra en voz alta porque la
enfermera o doña Luisa no dejaban nunca sola a Mecha, y él ahí necesitando
hablarle de tantas cosas, como Mecha a lo mejor estaba hablándole desde su
lado, desde los ojos cerrados y los dedos que dibujaban letras inútiles en las
sábanas[29].
Era jueves, no porque supieran ya en qué día estaban ni les importara
pero la enfermera lo había mencionado mientras tomaban café en la cocina, el
señor Botto se acordó de que había un noticioso especial, y doña Luisa que su
hermana de Rosario había telefoneado para decir que vendría el jueves o el
viernes. Seguro que los exámenes ya empezaban para Lauro, había salido a las
ocho sin despedirse, dejando un papelito en la sala, no estaba seguro de
volver para la cena, que no lo esperaran por las dudas. No vino para la cena,
la enfermera consiguió por una vez que doña Luisa se fuera temprano a
descansar, el señor Botto se había asomado[30] a la ventana de la sala
después del telejuego, se oían ráfagas de ametralladora[31] por el lado de Plaza
Irlanda, de pronto la calma, casi demasiada, ni siquiera un patrullero, mejor
irse a dormir, esa mujer que había contestado a todas las preguntas del
telejuego de las diez era un fenómeno, lo que sabía de historia antigua, casi
como si estuviera viviendo en la época de Julio César, al final la cultura daba
más plata que ser martillero[32] público. Nadie se enteró
de que la puerta no iba a abrirse en toda la noche, que Lauro no estaba de
vuelta en su pieza, por la mañana pensaron que descansaba todavía después de
algún examen o que estudiaba antes del desayuno, solamente a las diez se dieron
cuenta de que no estaba. «No te hagás problema», dijo el señor Botto, «seguro
que se quedó festejando algo con los amigos». Para doña Luisa era la hora de
ayudarla a la enfermera a lavar y cambiar a Mecha, el agua templada y la
colonia, algodones y sábanas, ya mediodía y Lauro, pero es raro, Eduardo, cómo
no telefoneó por lo menos, nunca hizo eso, la vez de la fiesta de fin de curso
llamó a las nueve, te acordás, tenía miedo de que nos preocupáramos y eso que
era más chico. «El pibe[33] andará loco con los
exámenes», dijo el señor Botto, «vas a ver que llega de un momento a otro,
siempre aparece para el noticioso de la una». Pero Lauro no estaba a la una,
perdiéndose las noticias deportivas y el flash sobre otro atentado subversivo
frustrado por la rápida intervención de las fuerzas del orden, nada nuevo,
temperatura en paulatino descenso, lluvias en la zona cordillerana.
Eran más de las siete cuando la enfermera vino a buscar a doña Luisa que
seguía telefoneando a los conocidos, el señor Botto esperaba que un comisario
amigo lo llamara para ver si se había sabido algo, a cada minuto le pedía a
doña Luisa que dejara la línea libre pero ella seguía buscando en el carnet y
llamando a gente conocida, capaz que Lauro se había quedado en casa del tío
Fernando o estaba de vuelta en la facultad para otro examen. «Dejá quieto el
teléfono, por favor», pidió una vez más el señor Botto, «no te das cuenta de
que a lo mejor el pibe está llamando justamente ahora y todo el tiempo le da
ocupado, qué querés que haga desde un teléfono público, cuando no están rotos
hay que dejarle el turno a los demás». La enfermera insistía y doña Luisa fue a
ver a Mecha, de repente había empezado a mover la cabeza, cada tanto la giraba
lentamente a un lado y al otro, había que arreglarle el pelo que le caía por la
frente. Avisar en seguida al doctor Raimondi, difícil ubicarlo[34] a fin de tarde pero a las
nueve su mujer telefoneó para decir que llegaría enseguida. «Va a ser difícil
que pase», dijo la enfermera que volvía de la farmacia con una caja de
inyecciones, «cerraron todo el barrio no se sabe por qué, oigan las sirenas».
Apartándose apenas de Mecha que seguía moviendo la cabeza como en una lenta
negativa obstinada, doña Luisa llamó al señor Botto, no, nadie sabía nada,
seguro que el pibe tampoco podía pasar pero a Raimondi lo dejarían por la
chapa[35] de médico.
-No es eso, Eduardo, no es eso, seguro que le ha ocurrido algo, no puede
ser que a esta hora sigamos sin saber nada, Lauro siempre ...
-Mirá, Luisa --dijo el señor Botto--, fijate cómo mueve, la mano y
también el brazo, primera vez que mueve el brazo, Luisa, a lo mejor ...
-Pero si es peor que antes, Eduardo, no te das cuenta de que sigue con
las alucinaciones, que se está como defendiendo de ... Hágale algo, Rosa, no la
deje así, yo vaya llamar a los Romero que a lo mejor tienen noticias, la chica
estudiaba con Lauro, por favor póngale una inyección, Rosa, ya vuelvo, o mejor
llamá vos, Eduardo, preguntales, andá en seguida.
En la sala el señor Botto empezó a discar y se paró, colgó el tubo.
Capaz que justamente Lauro, qué iban a saber los Romero de Lauro, mejor esperar
otro poco. Raimondi no llegaba, lo habrían atajado[36] en la esquina, estaría
dando explicaciones, Rosa no podía dade otra inyección a Mecha, era un calmante
demasiado fuerte, mejor esperar hasta que llegara el doctor. Inclinada sobre
Mecha, apartándole el pelo que le tapaba los ojos inútiles, doña Luisa empezó a
tambalearse[37],
Rosa tuvo el tiempo justo para acercade una silla, ayudada a sentarse como un
peso muerto. La sirena crecía viniendo del lado de Gaona cuando Mecha abrió los
párpados, los ojos velados por la tela que se había ido depositando durante
semanas se fijaron en un punto del cielo raso, derivaron lentamente hasta la
cara de doña Luisa que gritaba, que se apretaba el pecho con las manos y
gritaba. Rosa luchó por alejarla, llamando desesperada al señor Botto que ahora
llegaba y se quedaba inmóvil a los pies de la cama mirando a Mecha, todo como
concentrado en los ojos de Mecha que pasaban poco a poco de doña Luisa al señor
Botto, de la enfermera al cielo raso, las manos de Mecha subiendo lentamente
por la cintura, resbalando para juntarse en lo alto, el cuerpo estremeciéndose
en un espasmo porque acaso sus oídos escuchaban ahora la multiplicación de las
sirenas, los golpes en la puerta que hacían temblar la casa, los gritos de
mando y el crujido de la madera astillándose[38] después de la ráfaga de
ametralladora, los alaridos de doña Luisa, el envión[39] de los cuerpos entrando
en montón, todo como a tiempo para el despertar de Mecha, todo tan a tiempo
para que terminara la pesadilla y Mecha pudiera volver por fin a la realidad, a
la hermosa vida.
[1]
Estado de coma. Sopor profundo causado por ciertas
enfermedades graves, con pérdida de la consciencia, la sensibilidad y la
capacidad de movimiento, pero manteniendo las funciones circulatoria y
respiratória.
[2]
Flaquita: delgada (skinny)
[3]
Aplastada: caída, vencida
(crush)
[4]
Chiste: dicho gracioso (joke)
[5]
Plumero: utensilio para sacar
el polvo (feather duster)
[6]
Apagón: interrupción eléctrica
(blackout)
[7]
Cenicienta: color ceniza
(gray)
[8]
Llanto: lágrimas y sollozos.
Llorar. (weeping)
[9]
Imprecaciones: maldiciones,
insultos (curse)
[10]
Tejer: hacer punto a mano
(knit)
[11]
Termómetro: instrumento para
medir la fiebre (thermometer)
[12]
Tiros: disparo de arma (gunshot)
[13]
Enogerse de hombros: levantar
los hombros. Mostrar resignación. (shoulder).
[14]
Temblor: movimiento rápido del
cuerpo, frío o miedo. (shaking).
[15]
Crispación: irritación, enojo
(tension)
[16]
Rezar: orar, pedir a Dios.
(pray)
[17]
Penoso: que aflige, que da
tristeza. (awful).
[18]
Ir a parar: terminar. (get to).
[19]
Evasiva: rodeo, para evadir
una dificultad (excuse).
[20]
Velador: lámpara (bedside
light).
[21]
Almacén: tienda de comestibles
(grocery store).
[22]
Pieza: habitación.
[23]
Párpado: piel que cubre el ojo
(eyelid).
[24]
Parientes: familiares.
(relatives).
[25]
Sonda: aparato médico (catheter).
[26]
Presión: presión arterial
(blood presure).
[27]
Agujero: hoyo. (hole).
[28]
Tomar el pelo: hacer una broma
(trick).
[29]
Sábanas: tela para la cama
(sheet).
[30]
Asomarse: aparecer, surgir
(appear).
[31]
Ametralladora: arma de fuego
continuo (machine gun).
[32]
Martillero: persona que
coordina la venta en un remate o subasta pública. (auctioner).
[33]
Pibe: muchacho (boy).
[34]
Ubicar: hallar, encontrar
(find).
[35]
Chapa: matrícula del automóvil
(car plate).
[36]
Atajar: cortar, interrumpir
(stop).
[37]
Tambalearse: moverse de un
lado a otro, poco equilibrio (stagger)
[38]
Astillarse: romperse, hacerse
pedazos (splinter).
[39]
Envión: empujón (push).
Identificá en el texto la
respuesta a las siguientes preguntas.
1.
¿Qué le pasa a Mecha? ¿Qué síntomas tiene?
2.
¿Cómo se compone la familia de Mecha?
3.
¿Cómo describirías a Mecha? (físicamente y su
personalidad).
4.
¿Cómo era la relación entre Mecha y Lauro?
5.
¿Cuándo se dieron cuenta de las pesadillas de Mecha?
¿Qué hecho del mundo exterior se relaciona con ellas?
6.
En la segunda noche del relato, Lauro llega tarde
nuevamente. ¿Cómo reacciona su padre?
7.
Mientras el estado de Mecha es siempre el mismo, los
hábitos de Lauro cambian; ¿cómo es ese cambio?
8.
¿Mecha sufre a pesar de estar en coma? ¿Qué piensan
sus padres? ¿Y el médico?
9.
¿Qué le pasó a Lauro? ¿Y a Mecha?
10. ¿De
qué manera el mundo exterior se mete en la casa? ¿Cómo afecta a los distintos
personajes?
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