miércoles, 18 de noviembre de 2015
AFUERA DE LOS LIBROS Y ADENTRO DE LAS CALLES
Cassandra Perez
Profesora: Estela Kallay
AFUERA DE LOS LIBROS Y ADENTRO DE LAS CALLES
Yo viajé a
Buenos Aires y Santiago porque yo quería aprender mas sobre Derechos Humanos y
la resistencia de la gente de Sudamérica. En los Estados Unidos yo estudio
Cultura y estudios étnicos y me interesa conocer la historia y las relaciones
de diferentes países. Entonces, el programa de UCEAP era la mejor opción para
mí y mis aspiraciones.
Antes de llegar
a Buenos Aires, sabía un poco de la historia, literatura y cultura de
Argentina. Tomé dos clases en mi Universidad una de Literatura de
Sudamérica y otra de Agricultura en Latinoamérica. A pesar de que tomé classes,
no sabía que este país, como muchos otros países, tenía una historia muy
complicada.
Era muy
importante para mí tomar clases en Buenos Aires, y ver películas como Infancia
Clandestina y también leer artículos de las Madres y Abuelas de Plaza de
Mayo. El poema "Golpe" y el cuento "Ruben" también me
llegaron mucho porque me permitieron sentir cosas que no había sentido en toda
mi vida.
Todo lo que
aprendí en mis clases en la Universidad de Tres de Febrero se convirtió en algo
tangible en las calles de Buenos Aires. Cuando caminé por Palermo o por la Boca
encontré muchas símbolos que me hacían pensar más profundamente en la
dictadura, el golpe de estado y los desaparecidos. Por ejemplo, mi último día
en Argentina, caminé con una amiga por Palermo y encontré en la vereda de una
calle una bladosa dedicada a un militante desaparecido. También en el Parque de
la Memoria y en el Centro de detención el Atlético todo era tan real que me
ayudó a entender cómo la dictadura y el golpe de estado todavía están presentes
en la comunidad.
En general, lo
que aprendi en estos 2 meses me permitió ser más consciente y más informada
sobre este país y también de los golpes que los Estados Unidos han perpetrado
en Latinoamérica. Aprendí cosas en las calles de Buenos Aires que no podria
aprender o entender completamente en los libros. Mi experiencia en Sudamérica
me ayudó a comprender cosas que no sabía del mundo y también que no sabía de mí
misma. En este momento, después de todo lo que hice y viví en Argentina, yo sé
que quiero ser profesora en la Universidad para poder compartir con la gente y
los estudiantes de mi país de las historias del mundo.
LA EXPERIENCIA QUE CAMBIÓ MI VIDA
Jacqueline Murillo
Profesora Estela Kallay
Desde
que yo puedo recordar, he tenido una gran ilusión: viajar por el mundo. Nunca
pensé que iba a poder lograrlo porque viajar es muy caro y se necesita tiempo.
Dos cosas que yo no tengo, pero sí existía una gran esperanza de a hacerlo algún
día. Todavía me acuerdo cuando yo era pequeña y buscaba en revistas lugares
bonitos para visitarlos. Recortaba las fotos y las ponía en un cuaderno
titulado: “Mi gran aventura alrededor del mundo”. Uno de las fotos de lugares que yo recorté y coloqué en mi
cuaderno fue una foto del obelisco de Buenos Aires, Argentina.
Con una gran esperanza pero sin tener los medios posibles
para hacer el viaje siempre permanecía la ilusión. En mi universidad me
comentaron sobre un programa en Argentina y en Chile donde se aprendía sobre
derechos humanos. Este programa se iba a hacer por primera vez y yo quería
formar parte de ese estreno. Esta era la oportunidad perfecta para comenzar a
realizar mis sueños porque la escuela me pagaba el viaje y recibía créditos
para obtener mi diploma. Yo decidí ser parte del programa no sólo porque quería
conocer Argentina, sino porque el tema de derechos humanos me interesaba mucho. En
este ensayo voy a hablar sobre mi viaje a Buenos Aires que al fin he realizado
y mi experiencia con el tema de derechos humanos.
Cuando yo llegué a Buenos Aires, Argentina me sorprendí con las
características y las costumbres de la gente. Tengo que admitir que yo me
imaginaba algo muy diferente de lo que vi. Yo me imaginaba las calles de tierra
solo porque cuando yo viajé a El Salvador hace unos años eran así y son países
que se están desarrollando. La sorpresa que me di al ver que todo era moderno.
Buenos Aires tenía Mc Donald´s y Starbucks, lugares que yo pensaba que estaban
solo en los Estados Unidos. La estructura de la ciudad era similar a la de
Europa, grande y hermosa. También me sorprendí al ver que muchos de los
edificios eran enormes y muchos de ellos son departamentos. La gente de Estados
Unidos, en Los Ángeles, de donde yo soy, busca comprar casas y aquí en la ciudad
de Buenos Aires la gente busca departamentos. Esto me sorprendió porque las dos
ciudades están habitadas por mucha gente, pero el estilo de hogar que preferían
es distinto.
Las construcciones no es lo único que me impacto de la ciudad, sino que
también me impactó el desayuno. Estaba confundida el día que la señora con la
que yo me vivía me dio el desayuno. La razón fue porque ella solamente me dio jugo,
dos pedazos de pan con mermelada y cereal. Esto me impactó porque yo estoy
acostumbrada a comer porciones grandes para el desayuno como huevos con jamón,
papas y panqueques. En nuestra cultura el desayuno es la comida más importante
del día y al ver que en Argentina es la que menos importa me sorprendí. Yo
siento que tenía una perspectiva equivocada del desayuno, creía que todos
comían cosas similares. Y me di cuenta de que las cosas no son de esa manera.
Aunque estuve en Buenos Aires por un mes y medio yo nunca me pude acostumbrar al
desayuno. Esto no fue lo único de Buenos Aires que me sorprendió, pero fue algo
que sobresalió de mi viaje.
Durante mi estadía en Buenos Aires pude conocer muchos lugares que tienen
una gran importancia relacionada con el tema de derechos humanos. Uno de los lugares
que me impactó mucho fue mi visita al Parque de la Memoria porque exhibe la
historia de la gente desaparecida. El parque es uno de los únicos lugares donde
los familiares de la gente desaparecida pueden recordar a sus seres queridos.
Allí uno de los monumentos que me tocó el corazón fue la pared de piedra donde
están todos los nombres de la gente desaparecida. Al mirar esa pared uno se
imagina pocos nombres, pero en realidad yo me sorprendí al ver cuántos nombres,
cuántos sueños, cuántos futuros fueron destruidos por pensar diferente. Las
edades de la gente también se podían ver y me causó mucha tristeza ver que
muchos eran jóvenes cuando fueron capturados por las fuerzas armadas.
Otro
lugar que pude visitar, que también tiene que ver con el tema de los derechos
humanos, fue la ex ESMA. Al caminar por ese lugar uno se pone a pensar cuánta
gente entró pero nunca salió de ese lugar. Mi corazón se sentía desbordado con
tanta tristeza al ver el sótano donde la gente había sido torturada. Ese lugar
me impactó y me hizo pensar en cuántas personas de otros países han sufrido a
causa de dictaduras militares y siguen sufriendo por lo sucedido. Me puse a
pensar mucho en los niños de esa época que fueron llevados a ex ESMA y el
trauma que sufrieron por esa experiencia. Eso es difícil de explicar porque
todo ocurrió allí y no existe forma de eliminar esos hechos de la memoria de
los niños. En particular, el cuarto de la ex ESMA que más me angustió fue donde
las madres capturadas daban a luz a sus hijos. En el piso de ese cuarto está la
frase: "Cómo fue posible que en este lugar nacieran chicos". Esta
frase te hace pensar en las comodidades que las mujeres tienen en los
hospitales y lo que recibían estas mujeres. Esto no es todo lo que vi en la ex
ESMA pero fue lo más que me impactó, el sótano y los cuartos donde daban a
luz.
Al comienzo de este
viaje, no sabía que iba a suceder. Llegué a Argentina con una mochila a un país
desconocido, pero con una mente abierta para conocer y aprender sobre una
cultura distinta de la mía. Ya pasaron cinco semanas y puedo decir que ha sido
una experiencia que me ha cambiado la vida. Yo siempre pensé en ser maestra o
abogada y ahora, luego de la experiencia que viví con este programa quiero ser
abogada. Pero no cualquier abogada: yo quiero ser una abogada que defienda los
derechos de la gente para que nunca vuelva a ocurrir algo similar a lo que
sucedió en Argentina. Yo sé que no puedo cambiar el mundo pero pienso empezar
el cambio en mí para poder tener un futuro mejor para todas las generaciones
que están por venir.
Las cosas que me ha enseñado Buenos Aires
Yana Williams
Profesora Estela Kallay
Las cosas que me ha enseñado Buenos Aires
Yo decidí venir a Buenos Aires el
año pasado, sabía que quería ir a un país latinoamericano porque había
estudiado español 5 años en la escuela. También, ya había visitado América
Central, entonces quería ir a Sudamérica. Me interesó el hecho que Buenos Aires
es una ciudad grande y parecida a una ciudad europea. También quería conocer la
Patagonia y escalar montañas. Además, las personas con quien hablaba sobre
Argentina me decían (correctamente) que me iba a encantar Buenos Aires por la
arquitectura, la naturaleza y la mezcla de culturas.
En la universidad, mi especialidad son los
estudios globales y por eso elegí el tema de los derechos humanos. A mí me
interesan los temas de la sociedad y los problemas del mundo de hoy. No sabía
mucho sobre derechos humanos en general y además no sabía mucho sobre la
historia de transgresiones a los derechos humanos en Argentina. Nunca había
aprendido nada sobre este país y sabía que aprender cosas sobre un país
mientras estoy viviendo allí sería la mejor manera.
La vida en Buenos Aires es una vida
ágil y vibrante. Vivir en una ciudad grande como Buenos Aires es difícil al
principio porque hay muchas perosnas en las calles y el transporte público
siempre está lleno, con mucha gente. También, es una ciudad especial porque en
todas partes hay una gran diversidad de personas. Conocí a porteños con padres
de otros países, como España o Perú. Finalmente, el castellano que se habla acá
es muy diferente del español que aprendí en Estados Unidos y a mí me parece muy
lindo el sonido de las palabras cuando la gente habla.
Además, necesitaba acostumbrarme a
la vida de la noche porque la gente de Buenos Aires casi nunca duerme. Pero
tomé siestas y por eso podía salir tarde a la noche. La comida de Argentina es
muy rica y al fin me gustó el mate. También, los profesores de Argentina son
muy diferentes de los profesores de los Estados Unidos. Acá, los profesores
están muy interesados en sus estudiantes y tratan de conocerlos bien. En fin, me
he acostumbrado a la vida de Buenos Aires en las siete semanas que me quedé
acá.
En el programa de derechos humanos,
aprendí mucho sobre las transgresiones que hubo, un tema que no conocía antes.
Supe que hubo una dictadura militar que empezó en el fin del siglo XX. Con la
ayuda de los Estados Unidos, el gobierno de Argentina implementó el
neoliberalismo, un grupo de leyes que apoyó
el mercado libre y la desregulación. Hubo tres juntas militares involucradas
con las transgresiones a los derechos humanos. Si alguien era un “subversivo”,
es decir, alguien que no estaba de acuerdo con el gobierno, los militares lo
secuestraban y resultaba desaparecido.
Había varios centros clandestinos de
detención, como la ESMA, que es el más grande. Allí, los militares llevaban a
las personas secuestradas y las torturaban. Hasta tiraron gente desde los aviones al río: esos
también son ‘los desaparecidos.’ La cantidad de gente desaparecida es cerca de
30.000. La organización CONADEP tiene evidencias concreta de la desaparición de
9.000 personas. Todavía están peleando en la justicia contra las personas
responsables de estos crímenes.
Hay muchas organizaciones creadas para combatir las transgresiones a los
derechos humanos. Por ejemplo, las Abuelas de Plaza de Mayo es un grupo de
mujeres cuyos hijos resultaron desaparecidos. Ellas tratan de recuperar a sus
familias y encontrar a sus nietos, que crecieron con familias de militares
después de la desaparición o matanza de sus padres. También cada jueves, las
Madres circulan por la Plaza de Mayo cantando y mostrando fotos de sus hijos
desaparecidos. Además, hay un grupo H.I.J.O.S, Hijos por la Identidad y la
Justicia contra el Olvido y el Silencio, que se formó en 1995 en Córdoba y, al
principio, los miembros eran solamente
hijos de desaparecidos, ahora, el grupo incluye a cualquier persona que quiera
apoyar este movimiento social.
En fin, mi experiencia en Buenos
Aires fue muy diferente de lo que esperaba. Me acostumbré a la vida diaria muy
rápidamente y sé que las experiencias que tuve acá son muy importantes con
relación a mi futuro profesional. En el futuro, quiero trabajar como abogada o
embajadora para defender los derechos humanos en el mundo. Este programa me
ayudó a enfocarme en un tema específico y me da ideas de lo que quiero estudiar
en los próximos años. Además, vivir acá me ayudó mucho a aprender y hablar el
castellano. Tengo confianza en la idea de que poder hablar en castellano con
fluidez me ayudará mucho con mis esfuerzos profesionales en el futuro.
Siempre deseé vivir en una ciudad grande, gracias a
las siete semanas que me quedé acá pude realizar ese deseo. Me enamoré de esta ciudad por la gente, la
arquitectura, y las noches infinitas. También, en los Estados Unidos, hago
baile clásico, y acá aprendí muchos tipos de baile que antes ni siquiera sabía que
existían. La mujer con quien viví acá me enseñaba a cocinar empanadas de queso,
la comida más popular de Buenos Aires. Conocí a algunos porteños muy amables y
estoy entusiasmada con volver a Argentina en el futuro para quedarme más
tiempo.
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martes, 29 de septiembre de 2015
viernes, 25 de septiembre de 2015
Preparación para el Trabajo Final (Grupos C y D)
Propuesta de trabajo final para el grupo C
En parejas.
Elegir un
objeto (puede ser una imagen, un libro, una obra de arte, una artesanía) que te
ayude a reflexionar sobre alguno de los temas vistos durante todo el curso.
Prepararse
para presentarlo al grupo y describir cómo se lo puede vincular a alguno de los
temas estudiados (tanto en Derechos Humanos, como en cultura en general).
La
presentación se realizará el último día de clase y no debe superar los 6 minutos
de duración.
Propuesta de Trabajo Final para el grupo D
Escribir
una breve reflexión individual sobre alguno de los temas vistos en todo el
curso sobre Derechos Humanos.
Tamaño:
entre 250 y 500 palabras.
Enviar por
mail a: stellabaygorria@gmail.com
hasta las 19.00 del 09/10/15.
Considerar que los
trabajos corregidos serán divulgados en el Blog del curso.
viernes, 18 de septiembre de 2015
La noche de los lápices (Pelìcula)
Artículo de Felipe Pigna sobre La noche de los lápices
En este enlace se puede ver la película de 1986. Película.
jueves, 17 de septiembre de 2015
Los pocillos (Mario Benedetti in Montevideanos, 1959)
Los pocillos eran seis: dos rojos, dos negros, dos verdes, y además importados,
irrompibles, modernos. Habían llegado como regalo de Enriqueta, en el último
cumpleaños de Mariana, y desde ese día el comentario de cajón había sido que
podía combinarse la taza de un color con el platillo de otro.
“Negro con rojo queda fenomenal”, había sido el
consejo estético de Enriqueta.
Pero Mariana, en un discreto rasgo de independencia,
había decidido que cada pocillo sería usado con su plato del mismo color.
“El café ya está pronto. ¿Lo sirvo?”, preguntó
Mariana.
La voz se dirigía al marido, pero los ojos estaban
fijos en el cuñado. Este parpadeó y no dijo nada, pero José Claudio contestó:
“Todavía no. Esperá un ratito. Antes quiero fumar un cigarrillo.” Ahora sí ella
miró a José Claudio y pensó, por milésima vez, que aquellos ojos no parecían de
ciego.
La mano de José Claudio empezó a moverse, tanteando el
sofá. “¿Qué buscás?”, preguntó ella. “El encendedor.” “A tu derecha.” La mano
corrigió el rumbo y halló el encendedor. Con ese temblor que da el continuado
afán de búsqueda, el pulgar hizo girar varias veces la ruedita, pero la llama
no apareció. A una distancia ya calculada, la mano izquierda trataba
infructuosamente de registrar la aparición del calor. Entonces Alberto encendió
un fósforo y vino en su ayuda. “¿Por qué no lo tirás?” dijo, con una sonrisa
que, como toda sonrisa para ciegos, impregnaba también las modulaciones de la
voz. “No lo tiro porque le tengo cariño. Es un regalo de Mariana.”
Ella abrió apenas la boca y recorrió el labio inferior
con la punta de la lengua. Un modo como cualquier otro de empezar a recordar.
Fue en marzo de 1953, cuando él cumplió 35 años y todavía veía. Habían
almorzado en casa de los padres de José Claudio, en Punta Gorda, habían comido
arroz con mejillones, y después se habían ido a caminar por la playa. Él le
había pasado un brazo por los hombros y ella se había sentido protegida,
probablemente feliz o algo semejante. Habían regresado al apartamento y él la
había besado lentamente, morosamente, como besaba antes. Habían inaugurado el
encendedor con un cigarrillo que fumaron a medias.
Ahora el encendedor ya no servía. Ella tenía poca
confianza en los conglomerados simbólicos, pero, después de todo, ¿qué servía
aún de aquella época?
“Este mes tampoco fuiste al médico”, dijo Alberto.
“No.”
“¿Querés que te sea sincero?”
“¿Querés que te sea sincero?”
“Claro.”
“Me parece una idiotez de tu parte.”
“Me parece una idiotez de tu parte.”
“¿Y para qué voy a ir? ¿Para oírle decir que tengo una
salud de roble, que mi hígado funciona admirablemente, que mi corazón golpea
con el ritmo debido, que mis intestinos son una maravilla? ¿Para eso querés que
vaya? Estoy podrido de mi notable salud sin ojos.”
En la época anterior a la ceguera, José Claudio nunca
había sido un especialista en la exteriorización de sus emociones, pero Mariana
no se ha olvidado de cómo era ese rostro antes de adquirir esta tensión, este resentimiento.
Su matrimonio había tenido buenos momentos, eso no podía ni quería ocultarlo.
Pero cuando estalló el infortunio, él se había negado a valorar su amparo, a
refugiarse en ella. Todo su orgullo se concentró en un silencio terrible,
testarudo, un silencio que seguía siendo tal, aún cuando se rodeara de
palabras. José Claudio había dejado de hablar de sí.
“De todos modos debería ir”, apoyó Mariana. “Acordate
de lo que siempre te decía Menéndez.”
“Cómo no, que me acuerdo: Para Usted No Está Todo Perdido.
Ah, y otra frase famosa: La Ciencia No Cree En Milagros. Yo tampoco creo en
milagros.”
“¿Y por qué no aferrarte a una esperanza? Es humano.”
“¿De veras?” Habló por el costado del cigarrillo.
Se había escondido en sí mismo. Pero Mariana no estaba
hecha para asistir, simplemente para asistir, a un reconcentrado. Mariana
reclamaba otra cosa. Una mujercita para ser exigida con mucho tacto, eso era.
Con todo, había bastante margen para esa exigencia; ella era dúctil. Toda una
calamidad que él no pudiese ver; pero esa no era la peor desgracia. La peor
desgracia era que estuviese dispuesto a evitar, por todos los medios a su
alcance, la ayuda de Mariana. Él menospreciaba su protección. Y Mariana hubiera
querido —sinceramente, cariñosamente, piadosamente— protegerlo.
Bueno, eso era antes; ahora no. El cambio se había
operado con lentitud. Primero fue un decaimiento de la ternura. El cuidado, la
atención, el apoyo, que desde el comienzo estuvieron rodeados de un halo
constante de cariño, ahora se habían vuelto mecánicos. Ella seguía siendo
eficiente, de eso no cabía duda, pero no disfrutaba manteniéndose solícita.
Después fue un temor horrible frente a la posibilidad de una discusión
cualquiera. Él estaba agresivo, dispuesto siempre a herir, a decir lo más duro,
a establecer su crueldad sin posible retroceso. Era increíble cómo hallaba a
menudo, aún en las ocasiones menos propicias, la injuria refinadamente certera,
la palabra que llegaba hasta el fondo, el comentario que marcaba a fuego. Y
siempre desde lejos, desde muy atrás de su ceguera, como si ésta oficiara de
muro de contención para el incómodo estupor de los otros.
Alberto se levantó del sofá y se acercó al ventanal.
“Que otoño desgraciado”, dijo, “¿Te fijaste?” La
pregunta era para ella.
“No”, respondió José Claudio. “Fijate vos por mí.”
Alberto la miró. Durante el silencio, se sonrieron. Al
margen de José Claudio, y sin embargo, a propósito de él. De pronto Mariana
supo que se había puesto linda.
Siempre que miraba a Alberto se ponía linda. Él se lo
había dicho por primera vez la noche del 23 de abril del año pasado, hacía
exactamente un año y ocho días: una noche en que José Claudio le había gritado
cosas muy feas, y ella había llorado, desalentada, torpemente triste, durante
horas y horas, es decir, hasta que había encontrado el hombro de Alberto y se
había sentido comprendida y segura. ¿De dónde extraería Alberto esa capacidad
para entender a la gente? Ella estaba con él, o simplemente lo miraba, y sabía
de inmediato que él la estaba sacando del apuro. “Gracias”, había dicho
entonces. Y todavía ahora la palabra llegaba a sus labios directamente desde su
corazón, sin razonamientos intermediarios, sin usura. Su amor hacia Alberto
había sido en sus comienzos gratitud, pero eso (que ella veía con toda nitidez)
no alcanzaba a depreciarlo. Para ella, querer había sido siempre un poco
agradecer y otro poco provocar la gratitud. A José Claudio, en los buenos
tiempos, le había agradecido que él, tan brillante, tan lúcido, tan sagaz, se
hubiera fijado en ella, tan insignificante. Había fallado en lo otro, en eso de
provocar la gratitud, y había fallado tan luego en la ocasión más absurdamente
favorable, es decir, cuando él parecía necesitarla más.
A Alberto, en cambio, le
agradecía el impulso inicial, la generosidad de ese primer socorro que la había
salvado de su propio caos, y, sobre todo, ayudado a ser fuerte. Por su parte,
ella había provocado su gratitud, claro que sí. Porque Alberto era un alma
tranquila, un respetuoso de su hermano, un fanático del equilibrio, pero
también, y en definitiva, un solitario. Durante años y años, Alberto y ella
habían mantenido una relación superficialmente cariñosa, que se detenía con
espontánea discreción en los umbrales del tuteo y sólo en contadas ocasiones
dejaba entrever una solidaridad algo más profunda. Acaso Alberto envidiara un
poco la aparente felicidad de su hermano, la buena suerte de haber dado con una
mujer que él consideraba encantadora. En realidad, no hacía mucho que Mariana
había obtenido la confesión de que la imperturbable soltería de Alberto se
debía a que toda posible candidata era sometida a una imaginaria y desventajosa
comparación.
“Y ayer estuvo Trelles”, estaba diciendo José Claudio,
“a hacerme la clásica visita adulona que el personal de la fábrica me consagra una vez por trimestre. Me imagino que lo
echarán a la suerte y el que pierde se embroma y viene a verme.”
“También puede ser que te aprecien”, dijo Alberto,
“que conserven un buen recuerdo del tiempo en que los dirigías, que realmente
estén preocupados por tu salud. No siempre la gente es tan miserable como te
parece de un tiempo a esta parte.”
“Qué bien. Todos los días se aprende algo nuevo.” La
sonrisa fue acompañada de un breve resoplido, destinado a inscribirse en otro
nivel de ironía.
Cuando Mariana había recurrido a Alberto en busca de
protección, de consejo, de cariño, había tenido de inmediato la certidumbre de
que a su vez estaba protegiendo a su protector, de que él se hallaba tan
necesitado de amparo como ella misma, de que allí, todavía tensa de escrúpulos
y quizás de pudor, había una razonable desesperación de la que ella comenzó a
sentirse responsable. Por eso, justamente, había provocado su gratitud, por no
decírselo con todas las letras, por simplemente dejar que él la envolviera en
su ternura acumulada de tanto tiempo atrás, por sólo permitir que él ajustara a
la imprevista realidad aquellas imágenes de ella misma que había hecho
transcurrir, sin hacerse ilusiones, por el desfiladero de sus melancólicos
insomnios. Pero la gratitud pronto fue desbordada. Como si todo hubiera estado
dispuesto para la mutua revelación, como si sólo hubiera faltado que se miraran
a los ojos para confrontar y compensar sus afanes, a los pocos días lo más
importante estuvo dicho y los encuentros furtivos menudearon. Mariana sintió de
pronto que su corazón se había ensanchado y que el mundo era nada más que eso:
Alberto y ella.
“Ahora sí podés calentar el café”, dijo José Claudio,
y Mariana se inclinó sobre la mesita ratona para encender el mecherito. Por un
momento se distrajo contemplando los pocillos. Sólo había traído tres, uno de
cada color. Le gustaba verlos así, formando un triángulo.
Después se echó hacia atrás en el sofá y su nuca
encontró lo que esperaba: la mano cálida de Alberto, ya ahuecada para recibirla.
Qué delicia, Dios mío. La mano empezó a moverse suavemente y los dedos largos,
afilados, se introdujeron por entre el pelo. La primera vez que Alberto se
había animado a hacerlo, Mariana se había sentido terriblemente inquieta, con
los músculos anudados en una dolorosa contracción que le había impedido
disfrutar de la caricia.
Ahora no. Ahora estaba tranquila y podía disfrutar. Le
parecía que la ceguera de José Claudio era una especie de protección divina.
Sentado frente a ellos, José Claudio respiraba
normalmente, casi con beatitud. Con el tiempo, la caricia de Alberto se había
convertido en una especie de rito y, ahora mismo, Mariana estaba en condiciones
de aguardar el movimiento próximo y previsto. Como todas las tardes, la mano
acarició el pescuezo, rozó apenas la oreja derecha, recorrió lentamente la
mejilla y el mentón. Finalmente se detuvo sobre los labios entreabiertos.
Entonces ella, como todas las tardes, besó silenciosamente aquella palma y
cerró por un instante los ojos. Cuando los abrió, el rostro de José Claudio era
el mismo. Ajeno, reservado, distante. Para ella, sin embargo, ese momento
incluía siempre un poco de temor. Un temor que no tenía razón de ser, ya que en
el ejercicio de esa caricia púdica, riesgosa, insolente, ambos habían llegado a
una técnica tan perfecta como silenciosa.
“No lo dejes hervir”, dijo José Claudio.
La mano de Alberto se retiró y Mariana volvió a
inclinarse sobre la mesita. Retiró el mechero, apagó la llamita con la tapa de
vidrio, llenó los pocillos directamente desde la cafetera.
Todos los días cambiaba la distribución de los
colores. Hoy sería el verde para José Claudio, el negro para Alberto, el rojo
para ella. Tomó el pocillo verde para alcanzárselo a su marido, pero antes de
dejarlo en sus manos, se encontró con la extraña, apretada sonrisa. Se encontró
además, con unas palabras que sonaban más o menos así: “No, querida. Hoy quiero
tomar en el pocillo rojo.”
(1959)
Después de la lectura
1. Temas planteados.
2. Describir a los personajes.
3. Caracterizar al narrador.
Para profundizar
- ¿Cómo se sentía Mariana
respecto a José Claudio?
- ¿Cómo se sentía Alberto
respecto a José Claudio?
- ¿Qué motivaciones tiene Mariana
para convertirse en amante de Alberto?
- La concepción del “querer” para
Mariana y ¿cómo se cumple con Alberto y no con José Claudio?
- ¿De qué manera el narrador nos
hace cómplices de Mariana, justificándonos su engaño y haciéndonos ver a
José Claudio desde afuera, desde la óptica de ella?
Para debatir
- ¿José
Claudio merecía eso?
- ¿Mariana
fue tolerante?
- ¿Cómo
calificar la actitud de Alberto?
- ¿Qué actitud tendría que haber tenido José Claudio para evitar lo que sucedió?
- Si hubiera sido Mariana la que quedase ciega: ¿Cómo habría respondido José Claudio? ¿Alberto igual se hubiera convertido en su amante?
A escribir
Elegir una de las dos opciones y escribir
una carta,
a. La tarde siguiente a la sorpresiva contestación de José Claudio, Mariana resuelve escribirle una carta explicando por qué actuó del modo en que lo hizo.
|
b. José Claudio ha estado viendo a su hermano haciéndole cálidas caricias a Mariana. Toda la rabia que ha venido acumulando, la expresa en una carta que terminó de escribir en la mañana del día del descubrimiento.
|
Las actividades de análisis de este
cuento fueron elaboradas y adaptadas en base a lo propuesto por el Prof. Camilo
Baráibar. Disponible en:
Tipos de narrador
El narrador es un personaje creado por el autor
que tiene la misión de contar la historia. Hay diferentes tipos de
narrador según la información de que dispone para contar la historia
y del punto de vista que adopta.
De 3ª persona
Narrador omnisciente (que todo
lo sabe). Es aquel cuyo conocimiento de los hechos es total y absoluto. Sabe lo
que piensan y sienten los personajes: sus sentimientos, sensaciones,
intenciones, planes.
Narrador
observador. Sólo cuenta lo que puede observar. El narrador muestra lo
que ve, de modo parecido a como lo hace una cámara de cine.
De 1 ª
persona
Narrador protagonista. El narrador es
también el protagonista de la historia (autobiografía real o ficticia).
Narrador
personaje secundario. El narrador es un testigo que ha asistido al
desarrollo de los hechos.
Fuente: http://www.materialesdelengua.org
s.
domingo, 13 de septiembre de 2015
Golpe
- Mamá - dijo el niño - ¿Qué es un golpe?
- Algo que duele muchísimo y deja de color violeta el lugar donde te diste.
El niño volvió a su cuarto y apagó la radio, después fue a la puerta de su casa: todo el país que entraba en su mirada tenía un color violeta.
Pía Barros
(Escritora chilena contemporánea)
Este cuento fue adaptado para fines didácticos en el grupo A-B de la profesora Estela Kallay.
Los títulos que detallamos a continuación fueron sugeridos por los alumnos.
"Al mirar por la puerta"
"Un golpe compartido"
"El color de la violencia"
"Una verdad fea"
"Un golpe figurado"
"Desde los ojitos de un niño"
"Ojo violeta"
"Lo que no se ve no se siente"
"El moretón de Chile"
S.
jueves, 10 de septiembre de 2015
Pesadillas (Julio Cortázar - Deshoras)
Esperar, lo decían todos, hay que esperar porque nunca se sabe en casos
así, también el doctor Raimondi, hay que esperar, a veces se da una reacción y
más a la edad de Mecha, hay que esperar, señor Botto, sí doctor pero ya van dos
semanas y no se despierta, dos semanas que está como muerta, doctor, ya lo sé,
señora Luisa, es un estado de coma[1] clásico, no se puede hacer
más que esperar. Lauro también esperaba, cada vez que volvía de la facultad se
quedaba un momento en la calle antes de abrir la puerta, pensaba hoy sí, hoy la
voy a encontrar despierta, habrá abierto los ojos y le estará hablando a mamá,
no puede ser que dure tanto, no puede ser que se vaya a morir a los veinte
años, seguro que está sentada en la cama y hablando con mamá, pero había que
seguir esperando, siempre igual m'hijito, el doctor va a volver a la tarde,
todos dicen que no se puede hacer nada. Venga a comer algo, amigo, su madre se
va a quedar con Mecha, usted tiene que alimentarse, no se olvide de los exámenes,
de paso vemos el noticioso. Pero todo era de paso allí donde lo único que
duraba sin cambio, lo único exactamente igual día tras día era Mecha, el peso
del cuerpo de Mecha en esa cama, Mecha flaquita[2] y liviana, bailarina de
rock y tenista, ahí aplastada[3] y aplastando a todos desde
hacía semanas, un proceso viral complejo, estado comatoso, señor Botto, imposible
pronosticar, señora Luisa, nomás que sostenerla y darle todas las chances, a esa edad hay
tanta fuerza, tanto deseo de vivir. Pero es que ella no puede ayudar, doctor,
no comprende nada, está como, ah perdón Dios mío, ya ni sé lo que digo.
Lauro tampoco lo creía del todo, era como un chiste[4] de Mecha que siempre le
había hecho los peores chistes, vestida de fantasma en la escalera,
escondiéndole un plumero[5] en el fondo de la cama,
riéndose tanto los dos, inventándose trampas, jugando a seguir siendo chicos.
Proceso viral complejo, el brusco apagón[6] una tarde después de la
fiebre y los dolores, de golpe el silencio, la piel cenicienta[7], la respiración lejana y
tranquila. Única cosa tranquila allí donde médicos y aparatos y análisis y
consultas hasta que poco a poco la mala broma de Mecha había sido más fuerte,
dominándolos a todos de hora en hora, los gritos desesperados de doña Luisa
cediendo después a un llanto[8] casi escondido, a una
angustia de cocina y de cuarto de baño, las imprecaciones[9] paternas divididas por la
hora de los noticiosos y el vistazo al diario, la incrédula rabia de Lauro
interrumpida por los viajes a la facultad, las clases, las reuniones, esa
bocanada de esperanza cada vez que volvía del centro, me la vas a pagar, Mecha,
esas cosas no se hacen, desgraciada, te la voy a cobrar, vas a ver. La única
tranquila aparte de la enfermera tejiendo[10], al perro lo habían
mandado a casa de un tío, el doctor Raimondi ya no venía con los colegas,
pasaba al anochecer y casi no se quedaba, también él parecía sentir el peso del
cuerpo de Mecha que los aplastaba un poco más cada día, los acostumbraba a
esperar, a lo único que podía hacerse.
Lo de la pesadilla empezó la misma tarde en que doña Luisa no encontraba
el termómetro[11]
y la enfermera, sorprendida, se fue a buscar otro a la farmacia de la esquina.
Estaba hablando de eso porque un termómetro no se pierde así nomás cuando se
lo está utilizando tres veces al día, se acostumbraban a hablarse en voz alta
al lado de la cama de Mecha, los susurros del comienzo no tenían razón de ser
porque Mecha era incapaz de escuchar, el doctor Raimondi estaba seguro de que
el estado de coma la aislaba de toda sensibilidad, se podía decir cualquier
cosa sin que nada cambiara en la expresión indiferente de Mecha. Todavía hablaban
del termómetro cuando se oyeron los tiros[12] en la esquina, a lo mejor
más lejos, por el lado de Gaona. Se miraron, la enfermera se encogió de hombros[13] porque los tiros no eran
una novedad en el barrio ni en ninguna parte, y doña Luisa iba a decir algo más
sobre el termómetro cuando vieron pasar el temblor[14] por las manos de Mecha.
Duró un segundo pero las dos se dieron cuenta y doña Luisa gritó y la enfermera
le tapó la boca, el señor Botto vino de la sala y los tres vieron cómo el
temblor se repetía en todo el cuerpo de Mecha, una rápida serpiente corriendo
del cuello hasta los pies, un moverse de los ojos bajo los párpados, la leve
crispación[15]
que alteraba las facciones, como una voluntad de hablar, de quejarse, el pulso
más rápido, el lento regreso a la inmovilidad. Teléfono, Raimondi, en el fondo
nada nuevo, acaso un poco más de esperanza aunque Raimondi no quiso decido,
santa Virgen, que sea cierto, que se despierte mi hija, que se termine este
calvario, Dios mío. Pero no se terminaba, volvió a empezar una hora más tarde,
después más seguido, era como si Mecha estuviera soñando y que su sueño fuera
penoso y desesperante, la pesadilla volviendo y volviendo sin que pudiera
rechazada, estar a su lado y mirada y hablarlee sin que nada de lo de fuera le
llegara, invadida por esa otra cosa que de alguna manera continuaba la larga
pesadilla de todos ellos ahí sin comunicación posible, sálvala, Dios mío, no la
dejes así, y Lauro que volvía de una clase y se quedaba también al lado de la
cama, una mano en el hombro de su madre que rezaba[16].
Por la noche hubo otra consulta, trajeron un nuevo aparato con ventosas
y electrodos que se fijaban en la cabeza y las piernas, dos médicos amigos de
Raimondi discutieron largo en la sala, habrá que seguir esperando, señor Botto,
el cuadro no ha cambiado, sería imprudente pensar en un síntoma favorable.
Pero es que está soñando, doctor, tiene pesadillas, usted mismo la vio, va a
volver a empezar, ella siente algo y sufre tanto, doctor. Todo es vegetativo,
señora Luisa, no hay conciencia, le aseguro, hay que esperar y no impresionarse
por eso, su hija no sufre, ya sé que es penoso[17], va a ser mejor que la
deje sola con la enfermera hasta que haya una evolución, trate de descansar,
señora, tome las pastillas que le di.
Lauro veló junto a Mecha hasta medianoche, de a ratos leyendo apuntes
para los exámenes. Cuando se oyeron las sirenas pensó que hubiera tenido que
telefonear al número que le había dado Lucero, pero no debía hacerla desde la
casa y no era cuestión de salir a la calle justo después de las sirenas. Veía
moverse lentamente los dedos de la mano izquierda de Mecha, otra vez los ojos
parecían girar bajo los párpados. La enfermera le aconsejó que se fuera de la
pieza, no había nada que hacer, solamente esperar. «Pero es que está soñando»,
dijo Lauro, «está soñando otra vez, mírela». Duraba corno las sirenas ahí
afuera, las manos parecían buscar algo, los dedos tratando de encontrar un
asidero en la sábana. Ahora doña Luisa estaba ahí de nuevo, no podía dormir. ¿ Por
qué -la enfermera casi enojada- no había tornado las pastillas del doctor
Raimondi? «No las encuentro», dijo doña Luisa corno perdida, «estaban en la
mesa de luz pero no las encuentro». La enfermera fue a buscarlas, Lauro y su
madre se miraron, Mecha movía apenas los dedos y ellos sentían que la pesadilla
seguía ahí, que se prolongaba interminablemente como negándose a alcanzar ese
punto en que una especie de piedad, de lástima final la despertaría corno a
todos para rescatarla del espanto. Pero seguía soñando, de un momento a otro
los dedos empezarían a moverse otra vez. «No las veo por ninguna parte,
señora», dijo la enfermera. «Estamos todos tan perdidos, uno ya no sabe adónde
van a parar[18]
las cosas en esta casa».
Lauro volvió tarde la noche siguiente, y el señor Botto le hizo una
pregunta casi evasiva[19] sin dejar de mirar el
televisor, en pleno comentario de la Copa. «Una reunión con amigos», dijo Lauro
buscando con qué hacerse un sándwich. «Ese gol fue una belleza», dijo el señor
Botto, «menos mal que retransmiten el partido para ver mejor esas jugadas
campeonas». Lauro no parecía interesado en el gol, comía mirando al suelo. «Vos
sabrás lo que hacés, muchacho», dijo el señor Botto sin sacar los ojos de la
pelota, «pero andate con cuidado». Lauro alzó la vista y lo miró casi
sorprendido, primera vez que su padre se dejaba ir a un comentario tan
personal. «No se haga problema, viejo», le dijo levantándose para cortar todo
diálogo.
La enfermera había bajado la luz del velador[20] y apenas se veía a Mecha.
En el sofá, doña Luisa se quitó las manos de la cara y Lauro la besó en la
frente.
-Sigue lo mismo --dijo doña Luisa-. Sigue todo el tiempo así, hijo.
Fijate, fijate cómo le tiembla la boca, pobrecita, qué estará viendo, Dios
mío, cómo puede ser que esto dure y dure, que esto ...
-Mamá.
-Pero es que no puede ser, Lauro, nadie se da cuenta como yo, nadie
comprende que está todo el tiempo con una pesadilla y que no se despierta ...
-Yo lo sé, mamá, yo también me doy cuenta. Si se pudiera hacer algo, Raimondi
lo habría hecho. Vos no la podés ayudar quedándote aquí, tenés que irte a
dormir, tomar un calmante y dormir.
La ayudó a levantarse y la acompañó hasta la puerta. «¿Qué fue eso,
Lauro?», deteniéndose bruscamente. «Nada, mamá, unos tiros lejos, ya sabés».
Pero qué sabía en realidad doña Luisa, para qué hablar más. Ahora sí, ya era
tarde, después de dejada en su dormitorio tendría que bajar hasta el almacén[21] y desde ahí llamado a
Lucero.
No encontró la campera azul que le gustaba ponerse de noche, anduvo
mirando en los armarios del pasillo por si su madre la hubiera colgado ahí, al
final se puso un saco cualquiera porque hacía fresco. Antes de salir entró un
momento en la pieza[22] de Mecha, casi antes de
verla en la penumbra sintió la pesadilla, el temblor de las manos, la habitante
secreta resbalando bajo la piel. Las sirenas afuera otra vez, no debería salir
hasta más tarde, pero entonces el almacén estaría cerrado y no podría
telefonear. Bajo los párpados[23] los ojos de Mecha giraban
como si buscaran abrirse paso, mirado, volver de su lado. Le acarició la frente
con un dedo, tenía miedo de tocarla, de contribuir a la pesadilla con cualquier
estímulo de fuera. Los ojos seguían girando en las órbitas y Lauro se apartó,
no sabía por qué pero tenía cada vez más miedo, la idea de que Mecha pudiera
alzar los párpados y mirarlo lo hizo echarse atrás. Si su padre se había ido a
dormir podría telefonear desde la sala bajando la voz, pero el señor Botto
seguía escuchando los comentarios del partido. «Sí, de eso hablan mucho»,
pensó Lauro. Se levantaría temprano para telefonearle a Lucero antes de ir a la
facultad. De lejos vio a la enfermera que salía de su dormitorio llevando algo
que brillaba, una jeringa de inyecciones o una cuchara.
Hasta el tiempo se mezclaba o se perdía en ese esperar continuo, con
noches en vela o días de sueño para compensar, los parientes[24] o amigos que llegaban en
cualquier momento y se turnaban para distraer a doña Luisa o jugar al dominó
con el señor Botto, una enfermera suplente porque la otra había tenido que irse
por una semana de Buenos Aires, las tazas de café que nadie encontraba porque
andaban desparramadas en todas las piezas, Lauro dándose una vuelta cuando
podía y yéndose en cualquier momento, Raimondi que ya ni tocaba el timbre antes
de entrar para la rutina de siempre, no se nota ningún cambio negativo, señor
Botto, es un proceso en el que no se puede hacer más que sostenerla, le estoy
reforzando la alimentación por sonda[25], hay que esperar. Pero es
que sueña todo el tiempo, doctor, mírela, ya casi no descansa. No es eso,
señora Luisa, usted se imagina que está soñando pero son reacciones físicas, es
difícil explicarle porque en estos casos hay otros factores, en fin, no crea
que tiene conciencia de eso que parece un sueño, a lo mejor por ahí es buen
síntoma tanta vitalidad y esos reflejos, créame que la estoy siguiendo de
cerca, usted es la que tiene que descansar, señora Luisa, venga que le tome la
presión[26].
A Lauro se le hacía cada vez más difícil volver a su casa con el viaje
desde el centro y todo lo que pasaba en la facultad, pero más por su madre que
por Mecha se aparecía a cualquier hora y se quedaba un rato, se enteraba de lo
de siempre, charlaba con los viejos, les inventaba temas de conversación para
sacarlos un poco del agujero[27]. Cada vez que se acercaba
a la cama de Mecha era la misma sensación de contacto imposible, Mecha tan
cerca y como llamándolo, los vagos signos de los dedos y esa mirada desde
adentro, buscando salir, algo que seguía y seguía, un mensaje de prisionero a
través de paredes de piel, su llamada insoportablemente inútil. Por momentos lo
ganaba la histeria, la seguridad de que Mecha lo reconocía más que a su madre
o a la enfermera, que la pesadilla alcanzaba su peor instante cuando él estaba
ahí mirándola, que era mejor irse enseguida puesto que no podía hacer nada,
que hablarle era inútil, estúpida, querida, dejate de joder, querés, abrí de
una vez los ojos y acabala con ese chiste barato, Mecha idiota, hermanita,
hermanita, hasta cuándo nos vas a estar tomando el pelo[28], loca de mierda,
pajarraca, mandá esa comedia al diablo y vení que tengo tanto que contarte,
hermanita, no sabés nada de lo que pasa pero lo mismo te lo voy a contar,
Mecha, porque no entendés nada te lo voy a contar. Todo pensado como en ráfagas
de miedo, de querer aferrarse a Mecha, ni una palabra en voz alta porque la
enfermera o doña Luisa no dejaban nunca sola a Mecha, y él ahí necesitando
hablarle de tantas cosas, como Mecha a lo mejor estaba hablándole desde su
lado, desde los ojos cerrados y los dedos que dibujaban letras inútiles en las
sábanas[29].
Era jueves, no porque supieran ya en qué día estaban ni les importara
pero la enfermera lo había mencionado mientras tomaban café en la cocina, el
señor Botto se acordó de que había un noticioso especial, y doña Luisa que su
hermana de Rosario había telefoneado para decir que vendría el jueves o el
viernes. Seguro que los exámenes ya empezaban para Lauro, había salido a las
ocho sin despedirse, dejando un papelito en la sala, no estaba seguro de
volver para la cena, que no lo esperaran por las dudas. No vino para la cena,
la enfermera consiguió por una vez que doña Luisa se fuera temprano a
descansar, el señor Botto se había asomado[30] a la ventana de la sala
después del telejuego, se oían ráfagas de ametralladora[31] por el lado de Plaza
Irlanda, de pronto la calma, casi demasiada, ni siquiera un patrullero, mejor
irse a dormir, esa mujer que había contestado a todas las preguntas del
telejuego de las diez era un fenómeno, lo que sabía de historia antigua, casi
como si estuviera viviendo en la época de Julio César, al final la cultura daba
más plata que ser martillero[32] público. Nadie se enteró
de que la puerta no iba a abrirse en toda la noche, que Lauro no estaba de
vuelta en su pieza, por la mañana pensaron que descansaba todavía después de
algún examen o que estudiaba antes del desayuno, solamente a las diez se dieron
cuenta de que no estaba. «No te hagás problema», dijo el señor Botto, «seguro
que se quedó festejando algo con los amigos». Para doña Luisa era la hora de
ayudarla a la enfermera a lavar y cambiar a Mecha, el agua templada y la
colonia, algodones y sábanas, ya mediodía y Lauro, pero es raro, Eduardo, cómo
no telefoneó por lo menos, nunca hizo eso, la vez de la fiesta de fin de curso
llamó a las nueve, te acordás, tenía miedo de que nos preocupáramos y eso que
era más chico. «El pibe[33] andará loco con los
exámenes», dijo el señor Botto, «vas a ver que llega de un momento a otro,
siempre aparece para el noticioso de la una». Pero Lauro no estaba a la una,
perdiéndose las noticias deportivas y el flash sobre otro atentado subversivo
frustrado por la rápida intervención de las fuerzas del orden, nada nuevo,
temperatura en paulatino descenso, lluvias en la zona cordillerana.
Eran más de las siete cuando la enfermera vino a buscar a doña Luisa que
seguía telefoneando a los conocidos, el señor Botto esperaba que un comisario
amigo lo llamara para ver si se había sabido algo, a cada minuto le pedía a
doña Luisa que dejara la línea libre pero ella seguía buscando en el carnet y
llamando a gente conocida, capaz que Lauro se había quedado en casa del tío
Fernando o estaba de vuelta en la facultad para otro examen. «Dejá quieto el
teléfono, por favor», pidió una vez más el señor Botto, «no te das cuenta de
que a lo mejor el pibe está llamando justamente ahora y todo el tiempo le da
ocupado, qué querés que haga desde un teléfono público, cuando no están rotos
hay que dejarle el turno a los demás». La enfermera insistía y doña Luisa fue a
ver a Mecha, de repente había empezado a mover la cabeza, cada tanto la giraba
lentamente a un lado y al otro, había que arreglarle el pelo que le caía por la
frente. Avisar en seguida al doctor Raimondi, difícil ubicarlo[34] a fin de tarde pero a las
nueve su mujer telefoneó para decir que llegaría enseguida. «Va a ser difícil
que pase», dijo la enfermera que volvía de la farmacia con una caja de
inyecciones, «cerraron todo el barrio no se sabe por qué, oigan las sirenas».
Apartándose apenas de Mecha que seguía moviendo la cabeza como en una lenta
negativa obstinada, doña Luisa llamó al señor Botto, no, nadie sabía nada,
seguro que el pibe tampoco podía pasar pero a Raimondi lo dejarían por la
chapa[35] de médico.
-No es eso, Eduardo, no es eso, seguro que le ha ocurrido algo, no puede
ser que a esta hora sigamos sin saber nada, Lauro siempre ...
-Mirá, Luisa --dijo el señor Botto--, fijate cómo mueve, la mano y
también el brazo, primera vez que mueve el brazo, Luisa, a lo mejor ...
-Pero si es peor que antes, Eduardo, no te das cuenta de que sigue con
las alucinaciones, que se está como defendiendo de ... Hágale algo, Rosa, no la
deje así, yo vaya llamar a los Romero que a lo mejor tienen noticias, la chica
estudiaba con Lauro, por favor póngale una inyección, Rosa, ya vuelvo, o mejor
llamá vos, Eduardo, preguntales, andá en seguida.
En la sala el señor Botto empezó a discar y se paró, colgó el tubo.
Capaz que justamente Lauro, qué iban a saber los Romero de Lauro, mejor esperar
otro poco. Raimondi no llegaba, lo habrían atajado[36] en la esquina, estaría
dando explicaciones, Rosa no podía dade otra inyección a Mecha, era un calmante
demasiado fuerte, mejor esperar hasta que llegara el doctor. Inclinada sobre
Mecha, apartándole el pelo que le tapaba los ojos inútiles, doña Luisa empezó a
tambalearse[37],
Rosa tuvo el tiempo justo para acercade una silla, ayudada a sentarse como un
peso muerto. La sirena crecía viniendo del lado de Gaona cuando Mecha abrió los
párpados, los ojos velados por la tela que se había ido depositando durante
semanas se fijaron en un punto del cielo raso, derivaron lentamente hasta la
cara de doña Luisa que gritaba, que se apretaba el pecho con las manos y
gritaba. Rosa luchó por alejarla, llamando desesperada al señor Botto que ahora
llegaba y se quedaba inmóvil a los pies de la cama mirando a Mecha, todo como
concentrado en los ojos de Mecha que pasaban poco a poco de doña Luisa al señor
Botto, de la enfermera al cielo raso, las manos de Mecha subiendo lentamente
por la cintura, resbalando para juntarse en lo alto, el cuerpo estremeciéndose
en un espasmo porque acaso sus oídos escuchaban ahora la multiplicación de las
sirenas, los golpes en la puerta que hacían temblar la casa, los gritos de
mando y el crujido de la madera astillándose[38] después de la ráfaga de
ametralladora, los alaridos de doña Luisa, el envión[39] de los cuerpos entrando
en montón, todo como a tiempo para el despertar de Mecha, todo tan a tiempo
para que terminara la pesadilla y Mecha pudiera volver por fin a la realidad, a
la hermosa vida.
[1]
Estado de coma. Sopor profundo causado por ciertas
enfermedades graves, con pérdida de la consciencia, la sensibilidad y la
capacidad de movimiento, pero manteniendo las funciones circulatoria y
respiratória.
[2]
Flaquita: delgada (skinny)
[3]
Aplastada: caída, vencida
(crush)
[4]
Chiste: dicho gracioso (joke)
[5]
Plumero: utensilio para sacar
el polvo (feather duster)
[6]
Apagón: interrupción eléctrica
(blackout)
[7]
Cenicienta: color ceniza
(gray)
[8]
Llanto: lágrimas y sollozos.
Llorar. (weeping)
[9]
Imprecaciones: maldiciones,
insultos (curse)
[10]
Tejer: hacer punto a mano
(knit)
[11]
Termómetro: instrumento para
medir la fiebre (thermometer)
[12]
Tiros: disparo de arma (gunshot)
[13]
Enogerse de hombros: levantar
los hombros. Mostrar resignación. (shoulder).
[14]
Temblor: movimiento rápido del
cuerpo, frío o miedo. (shaking).
[15]
Crispación: irritación, enojo
(tension)
[16]
Rezar: orar, pedir a Dios.
(pray)
[17]
Penoso: que aflige, que da
tristeza. (awful).
[18]
Ir a parar: terminar. (get to).
[19]
Evasiva: rodeo, para evadir
una dificultad (excuse).
[20]
Velador: lámpara (bedside
light).
[21]
Almacén: tienda de comestibles
(grocery store).
[22]
Pieza: habitación.
[23]
Párpado: piel que cubre el ojo
(eyelid).
[24]
Parientes: familiares.
(relatives).
[25]
Sonda: aparato médico (catheter).
[26]
Presión: presión arterial
(blood presure).
[27]
Agujero: hoyo. (hole).
[28]
Tomar el pelo: hacer una broma
(trick).
[29]
Sábanas: tela para la cama
(sheet).
[30]
Asomarse: aparecer, surgir
(appear).
[31]
Ametralladora: arma de fuego
continuo (machine gun).
[32]
Martillero: persona que
coordina la venta en un remate o subasta pública. (auctioner).
[33]
Pibe: muchacho (boy).
[34]
Ubicar: hallar, encontrar
(find).
[35]
Chapa: matrícula del automóvil
(car plate).
[36]
Atajar: cortar, interrumpir
(stop).
[37]
Tambalearse: moverse de un
lado a otro, poco equilibrio (stagger)
[38]
Astillarse: romperse, hacerse
pedazos (splinter).
[39]
Envión: empujón (push).
Identificá en el texto la
respuesta a las siguientes preguntas.
1.
¿Qué le pasa a Mecha? ¿Qué síntomas tiene?
2.
¿Cómo se compone la familia de Mecha?
3.
¿Cómo describirías a Mecha? (físicamente y su
personalidad).
4.
¿Cómo era la relación entre Mecha y Lauro?
5.
¿Cuándo se dieron cuenta de las pesadillas de Mecha?
¿Qué hecho del mundo exterior se relaciona con ellas?
6.
En la segunda noche del relato, Lauro llega tarde
nuevamente. ¿Cómo reacciona su padre?
7.
Mientras el estado de Mecha es siempre el mismo, los
hábitos de Lauro cambian; ¿cómo es ese cambio?
8.
¿Mecha sufre a pesar de estar en coma? ¿Qué piensan
sus padres? ¿Y el médico?
9.
¿Qué le pasó a Lauro? ¿Y a Mecha?
10. ¿De
qué manera el mundo exterior se mete en la casa? ¿Cómo afecta a los distintos
personajes?
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